El juego libre es espontáneo, responde a su propia iniciativa sin ser dirigido por un adulto y respetando el ritmo del mismo. Lo que significa que no tiene una duración determinada y no se debe pretender que realice aquellas actividades para las que aún no está preparado. Entre los 0 y los 2 años, predomina el juego funcional o de ejercicio. Al principio el niño solamente reacciona con reflejos frente a los estímulos, pero poco a poco va desarrollando un mayor sentido de acción-reacción y su juego se vuelve algo más complejo. Entre los 2 y los 6 años es cuando aparece el juego simbólico. El niño/a juega a imitar: juega a que cocina, a mamás y papás, a que es conductor de trenes, etc. A partir de los 6 años es cuando se desarrolla el juego de reglas.
El niño es el que eligen el desafío que más les interesa. Escogen con qué jugar, dónde jugar y organizar sus tiempos. Dan rienda suelta a la imaginación y arman sus propios proyectos de juego sin mediar los adultos, haciendo que asuman sus propias decisiones y por ende, fortaleciendo su autoestima. El juego libre puede ser individual, en el que el niño escoge libremente hacer algo de acuerdo a sus necesidades internas, sin recibir ningún tipo de directriz por parte del adulto, o bien puede surgir el deseo de unirse a otro u otros niños, lo cual contribuye al desarrollo de una conducta social positiva, a la vez que refuerza la identidad personal.
Durante la infancia el juego tiene que tener esta característica porque a través del juego el niño comprende el mundo y se comprende a sí mismo. Los niños pequeños utilizan el juego libre y espontáneo para asimilar todo aquello que les rodea, depositan sobre él las experiencias que han vivido, a través de él son capaces de expresar cómo se sienten o cómo se han sentido con una situación concreta, experimentan, crean, imitan, repiten el comportamiento de los adultos y las personas que le acompañan, cambian de rol para comprender el comportamiento de unos y otros.
Los principales beneficios son: construir su propia identidad y subjetividad. A través del juego aprenden a relacionarse con los demás y con el mundo que les rodea. Al ser una actividad placentera libera su capacidad creadora sin ataduras, a su forma y con sus propias reglas.
En conclusión, es importante que los niños crezcan a su ritmo y desde luego que también jueguen a su ritmo. El exceso de estímulos, la sobrecarga de actividades y las prisas difícilmente ayudan pues el cerebro en desarrollo del niño necesita su tiempo para procesar lo aprendido a través del juego. Permitirles experimentar esta fase lúdica de los primeros años libremente, dando espacio a la creatividad, y conteniéndoles pero sin entrometernos, contribuirá a construir una personalidad sólida, basada en la autoestima y en la capacidad para llevar a cabo actividades y resolver conflictos más complejos a lo largo de la vida.
El niño es el que eligen el desafío que más les interesa. Escogen con qué jugar, dónde jugar y organizar sus tiempos. Dan rienda suelta a la imaginación y arman sus propios proyectos de juego sin mediar los adultos, haciendo que asuman sus propias decisiones y por ende, fortaleciendo su autoestima. El juego libre puede ser individual, en el que el niño escoge libremente hacer algo de acuerdo a sus necesidades internas, sin recibir ningún tipo de directriz por parte del adulto, o bien puede surgir el deseo de unirse a otro u otros niños, lo cual contribuye al desarrollo de una conducta social positiva, a la vez que refuerza la identidad personal.
Durante la infancia el juego tiene que tener esta característica porque a través del juego el niño comprende el mundo y se comprende a sí mismo. Los niños pequeños utilizan el juego libre y espontáneo para asimilar todo aquello que les rodea, depositan sobre él las experiencias que han vivido, a través de él son capaces de expresar cómo se sienten o cómo se han sentido con una situación concreta, experimentan, crean, imitan, repiten el comportamiento de los adultos y las personas que le acompañan, cambian de rol para comprender el comportamiento de unos y otros.
Los principales beneficios son: construir su propia identidad y subjetividad. A través del juego aprenden a relacionarse con los demás y con el mundo que les rodea. Al ser una actividad placentera libera su capacidad creadora sin ataduras, a su forma y con sus propias reglas.
En conclusión, es importante que los niños crezcan a su ritmo y desde luego que también jueguen a su ritmo. El exceso de estímulos, la sobrecarga de actividades y las prisas difícilmente ayudan pues el cerebro en desarrollo del niño necesita su tiempo para procesar lo aprendido a través del juego. Permitirles experimentar esta fase lúdica de los primeros años libremente, dando espacio a la creatividad, y conteniéndoles pero sin entrometernos, contribuirá a construir una personalidad sólida, basada en la autoestima y en la capacidad para llevar a cabo actividades y resolver conflictos más complejos a lo largo de la vida.